Pocos bulos han calado tan hondo en el imaginario colectivo como el de que los inmigrantes vienen a España "a vivir de las paguitas". Un mantra repetido hasta la saciedad por la ultraderecha, amplificado por redes sociales y barras de bar, y defendido sin datos por partidos como Vox, cuyo discurso se basa en el miedo, la desinformación y la xenofobia. Pero cuando se confronta esta narrativa con los datos, no queda otra conclusión posible: es rotundamente falsa.
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Nosotros también fuimos ellos |
La gran mentira de las “paguitas”: desmontando la narrativa antiinmigración de Vox
Los inmigrantes trabajan, cotizan y sostienen el sistema
La primera gran falacia es la que presenta a los inmigrantes como una carga
para el Estado. Sin embargo, los
datos oficiales del INE y del SEPE
muestran todo lo contrario. En 2024,
la tasa de actividad de los extranjeros (68,5%) fue casi 10 puntos
superior a la del conjunto de la población (58,4%). No solo trabajan más, sino que lo hacen en condiciones más precarias, con
menor protección y en sectores que, sencillamente, muchos españoles no
quieren ocupar.
Más del 15% de la población ocupada en España es extranjera. En los últimos
años, el crecimiento del empleo ha recaído de forma desproporcionada sobre
ellos: casi el 45% de los nuevos empleos creados en el último año
fueron ocupados por personas extranjeras, a pesar de que solo representan el
13,5% de la población.
Además,
aportan a la Seguridad Social en proporción incluso superior a la
población española: el 47,4% de los inmigrantes residentes cotiza, frente al 44,4% de los
españoles. Son datos que desmienten el mito de que no trabajan ni cotizan.
La realidad es que
cotizan, sostienen las pensiones y, paradójicamente, acceden a menos
ayudas.
¿Quién cobra más ayudas? Pista: no son los inmigrantes
Vox y sus voceros insisten en que las ayudas sociales están saturadas por
extranjeros, pero los datos del SEPE son demoledores:
el 88% de los beneficiarios de ayudas sociales en España son españoles. Es decir, solo el 12% de quienes reciben ayudas son inmigrantes, y
eso incluyendo a todos los extranjeros —europeos, estadounidenses,
latinoamericanos, africanos— sin distinción.
Pero hay más: los inmigrantes son proporcionalmente más contratados que los españoles (24% de los contratos en 2024), pero ocupan solo el 15% de los puestos de trabajo, lo que indica empleos más temporales, más precarios y de menor duración. Esto debería implicar un mayor acceso a ayudas por desempleo. Sin embargo, sucede justo lo contrario. ¿La explicación? La mayoría de las ayudas las acaparan los españoles, y todo indica que el fraude en la percepción de subsidios también es mayor entre los nacionales.
Un déjà vu económico... pero con más odio
Lo más llamativo es que este boom migratorio no es nuevo en España. Durante la burbuja inmobiliaria (1997-2007), España vivió otro gran crecimiento migratorio. Entre 1998 y 2005, el número de extranjeros se multiplicó por seis. Cada año llegaban cientos de miles de personas, atraídas por el auge económico, el empleo fácil en la construcción, la hostelería, el campo o los servicios. El crecimiento de la población inmigrante fue clave para sostener el mercado laboral y el dinamismo económico de la época.
¿Y sabes qué? No hubo el mismo rechazo.
Entonces, la inmigración se veía como una necesidad. No existía aún un discurso político potente antiinmigración. Ni el PP de Aznar ni el PSOE de Zapatero utilizaron la inmigración como arma electoral, ni promovieron campañas de odio. Se hablaba de integración, rejuvenecimiento demográfico, sostenibilidad del sistema de pensiones… A pesar de la llegada masiva de inmigrantes, no se respiraba el mismo clima de crispación ni de polarización que hoy.
Hoy, sin embargo, con cifras similares o incluso menores, la inmigración se ha convertido en uno de los temas más polarizadores del debate público. La extrema derecha ha logrado fijar el marco: la “invasión”, las “paguitas”, la “inseguridad”, la “saturación”... Y aunque los datos desmienten sus afirmaciones una y otra vez, el odio ha calado como nunca antes.
Evolución de la Población Extranjera en España
Datos trimestrales (2002-2025)
🚀 Períodos de Mayor Crecimiento Poblacional
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Instituto Nacional de Estadística (INE)
¿Por qué se repite entonces el bulo?
Porque funciona. No necesita ser cierto. Basta con apelar a la emoción y al
prejuicio. Como ha hecho históricamente la ultraderecha europea y como ahora
replica Vox sin pudor, se construye una narrativa del “otro” como amenaza:
vienen a quitarnos el trabajo, a saturar los servicios, a cobrar sin
aportar. Se ignora que muchos inmigrantes
trabajan cuidando a nuestros mayores, recogiendo nuestras frutas, limpiando
nuestras calles, construyendo nuestras casas, y lo hacen por salarios bajos, con contratos duros y escasa protección.
Se ignora también que España ha sido durante décadas un país emigrante,
y no precisamente un ejemplo de inmigración “ordenada y legal”. Durante el
franquismo, más del 50% de los emigrantes españoles que fueron a Alemania,
Francia o Suiza lo hicieron “sin papeles”, sin contrato ni visado,
jugándose la vida y aceptando cualquier empleo con tal de sobrevivir. Igual
que hoy hacen muchos de los inmigrantes que llegan a España.
¿Nos escandaliza su situación irregular? ¿Acaso olvidamos que muchos de
nuestros abuelos también cruzaron fronteras sin permiso?
El sistema necesita inmigrantes, aunque no lo quiera reconocer
Lo más paradójico de esta narrativa es que se ataca justo a quienes
sostienen el sistema económico español. En un país envejecido, con baja
natalidad y una estructura laboral que necesita constantemente mano de obra en
sectores clave como la construcción, la agricultura, la logística, la
hostelería o los cuidados,
la inmigración es la única vía para evitar el colapso del mercado
laboral y del sistema de pensiones.
Actualmente, España tiene más de 150.000 vacantes sin cubrir, y las
previsiones indican que el 80% del empleo futuro será simplemente para
sustituir jubilaciones. Sin inmigrantes, esas vacantes no se cubrirán. No es
ideología, es necesidad estructural.
Por eso el propio Gobierno ha reformado el Reglamento de Extranjería para facilitar la llegada de inmigrantes, ampliar permisos de trabajo, permitir compatibilizar estudio y empleo, y atraer talento extranjero. Incluso las patronales claman por más inmigración legal. Porque sin ella, el sistema colapsa. Pero parte de la sociedad sigue instalada en el discurso del miedo.
¿Y los inmigrantes que apoyan a Vox?
Una de las expresiones más complejas de esta situación es la existencia de
inmigrantes —especialmente algunos latinoamericanos— que
apoyan a Vox y sus políticas antiinmigración. ¿Cómo se entiende?
Hay múltiples razones: el rechazo a políticas de izquierda por su experiencia
en países como Venezuela o Cuba; la creencia en la “inmigración ordenada”; el
miedo a la inseguridad o la necesidad de diferenciarse de otros colectivos
migrantes estigmatizados. Pero lo que todos tienen en común es la búsqueda de
reconocimiento, de pertenencia, y la necesidad de no ser identificados como
“el otro”. Apoyar a Vox les permite, en cierto modo,
blanquear su propia integración.
Sin embargo, Vox no hace distinciones. En su programa de 2025, ha propuesto
devolver a la ilegalidad a más de un millón de inmigrantes regularizados, retirar nacionalidades ya concedidas y realizar “deportaciones masivas”.
Para Vox, ni siquiera ser legal te libra del estigma: si no tienes “buena
asimilación”, te vas. Aunque hayas nacido aquí.
El peligro de un discurso que deshumaniza
La narrativa de la “paguita” no es solo un bulo. Es una estrategia política.
Sirve para generar odio, para dividir, para crear chivos expiatorios que
desvíen la atención de los verdaderos problemas: la precariedad, la vivienda
inaccesible, el colapso de servicios públicos, los sueldos de miseria…
Problemas que no causa la inmigración, sino un modelo económico basado en la
desigualdad y la especulación.
Vox no tiene intención de solucionar esos problemas. Solo quiere capitalizar el resentimiento, convertirlo en votos, y vivir —ellos sí— del Estado, del sueldo público, de los privilegios institucionales. Mientras acusan a otros de vivir de ayudas, ellos se lucran del miedo.
España no se hunde por la inmigración.
España se hunde cuando olvida que también fue emigrante. Cuando olvida
que en Alemania hubo quienes miraron con desprecio a los españoles. Cuando
olvida que nuestras abuelas cruzaron fronteras sin papeles, buscando una vida
mejor. Cuando olvida que sus pensiones están siendo sostenidas, hoy, por miles
de manos extranjeras que limpian, cuidan y trabajan.
No hay “paguita” que valga para ocultar esta verdad: los inmigrantes no vienen a vivir del Estado, sino a sostenerlo. Y lo hacen en silencio, mientras otros gritan desde la tribuna o el bar que hay que echarlos.
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