El 28 de abril de 2025 España vivió uno de los episodios eléctricos más graves de su historia: un apagón total que dejó al país a oscuras durante horas. A las 12:33 del mediodía, un evento peninsular desencadenó una desconexión masiva de generación eléctrica. En apenas 5 segundos, desaparecieron 15 GW del sistema —el 60% de la oferta energética del momento— provocando un colapso en cadena del suministro eléctrico nacional.
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Una ciudad a oscuras |
Aunque aún se están investigando todos los detalles, la explicación técnica parece clara: el sistema colapsó por exceso, no por defecto. La causa fue una sobrecapacidad de generación solar en un momento de baja demanda, que provocó un desequilibrio imposible de corregir a tiempo por las protecciones automáticas. La generación solar fotovoltaica, que representaba el 60% del mix energético del día, se desconectó casi por completo tras una oscilación de tensión. La consecuencia fue la caída instantánea de todo el sistema: fotovoltaica, eólica, ciclos combinados y hasta las cuatro centrales nucleares operativas.
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Gráfico de la caída energética |
Crisis energética en España: el apagón que desnudó el sistema
Un diseño frágil, una gestión arriesgada
Este colapso ha expuesto una debilidad estructural que ya había sido advertida por expertos y por la propia Red Eléctrica en informes previos: un sistema eléctrico con un 70% de generación no síncrona (solar y eólica), sin respaldo suficiente ni almacenamiento, está en riesgo constante. En este escenario, no hay inercia rotacional para estabilizar la red ante perturbaciones, y los protocolos actuales no están preparados para pérdidas súbitas superiores a 3 GW… en este caso fueron cinco veces más.
Además, hubo decisiones estratégicas que agravaron el problema. Con la previsión de alta producción solar, se redujo la producción de los ciclos combinados a gas y se evitó recurrir a la hidroeléctrica para no gastar agua. Las nucleares directamente no entraron al mercado por no resultar rentables. Al final, la red quedó sin tecnologías de firmeza, con una tensión extremadamente vulnerable. Una fluctuación de apenas cinco segundos —una eternidad en el sistema eléctrico— activó protecciones que apagaron toda la red de golpe.
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Evolución de la generación eléctrica por tipo de energía |
¿Negligencia o simple codicia?
No son pocos los que hoy se preguntan: ¿quién tomó la decisión de permitir un mix tan inestable solo para maximizar beneficios? ¿Nadie se planteó que una red sin respaldo y sin almacenamiento estaba condenada al fallo ante el más mínimo desequilibrio?
La responsabilidad apunta directamente a las operadoras eléctricas y a Red Eléctrica. La presión del mercado —reducir costes, aumentar rentabilidad— llevó a dejar fuera del sistema a tecnologías de respaldo, comprometiendo incluso la seguridad nuclear. De hecho, las centrales nucleares activaron sus protocolos de parada automática. Si los generadores diésel de salvaguardia hubieran fallado, el incidente podría haber tomado dimensiones catastróficas.
El mercado eléctrico al desnudo
Este incidente pone sobre la mesa una cuestión urgente: ¿puede el suministro eléctrico, un servicio esencial, seguir regulado por el mercado? Red Eléctrica es técnicamente privada pero opera en régimen de monopolio. La nacionalización de REE y de las distribuidoras no solo sería lógica, sino necesaria. No podemos permitir que sectores estratégicos estén al servicio de intereses privados. La transición energética no puede hacerse a costa de la seguridad del sistema ni del bienestar de los ciudadanos.
La otra cara del apagón: una sociedad civilizada… y más humana
Pero no todo fue caos. Pese al apagón generalizado, no hubo asaltos, ni violencia, ni pánico. No se cumplieron los tópicos de las películas. La gente salió a la calle, habló con sus vecinos, cruzó entre los coches detenidos, compartió velas, risas y hasta libros. Se formaron pequeños grupos de conversación en las plazas, en los portales, como si de repente hubiésemos retrocedido 20 años y redescubierto la vida fuera de las pantallas.
“Mi ciudad, que normalmente me da asco, me pareció un lugar amable por primera vez en mucho tiempo”, decía un testimonio viral. “No recibí mensajes de odio en horas. No tenía radio, ni móvil, ni internet. Solo el sol, las voces y el silencio. Y hasta cogí un libro en papel que tenía pendiente desde hace años”.
La desconexión digital forzosa mostró lo que hemos perdido como sociedad: espontaneidad, cercanía, presencia. El apagón dejó a la vista que, sin tecnología, todavía queda humanidad.
Dinero digital: libertad condicional
Otro de los grandes aprendizajes fue económico: en un mundo sin electricidad, no funciona ni una tarjeta de crédito, ni Bizum, ni el tan promocionado bitcoin. Sin energía, las redes digitales desaparecen y con ellas, nuestra capacidad de pagar, comprar o mover nuestro dinero. La única herramienta útil en ese momento fue el efectivo.
El apagón nos recordó que el dinero físico sigue siendo esencial para preservar la autonomía individual. Que las monedas digitales no solo son inútiles en una emergencia eléctrica, sino que aumentan nuestra dependencia del sistema financiero. Un sistema que —como vimos— puede fallar en segundos.
Lecciones que no podemos ignorar
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La transición energética necesita respaldo: no basta con instalar placas solares y aerogeneradores. Hace falta almacenamiento, tecnologías síncronas, reservas de inercia y protocolos de respuesta rápida.
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No puede dejarse al mercado: sectores críticos deben gestionarse como bienes públicos, no como negocios.
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La digitalización total es un riesgo: sistemas sin plan B, donde todo depende de la conectividad y la electricidad, son frágiles.
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La sociedad está a la altura: pese al susto, los ciudadanos demostraron madurez, civismo y capacidad de adaptación.
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Necesitamos una nueva cultura energética: ni tecnofobia, ni fe ciega en lo verde. Transición sí, pero con cabeza, equilibrio y seguridad.
Una buena gestión… dentro del desastre
A pesar de la gravedad del apagón, la gestión posterior fue eficaz. En menos de 24 horas, se restableció la luz en todo el país. Técnicos y operarios actuaron con rapidez para reiniciar un sistema colapsado. Pero que el rescate haya sido eficiente no puede tapar la imprudencia que nos llevó hasta el abismo.
El apagón del 28 de abril de 2025 debe ser una advertencia, no una anécdota. Porque la próxima vez, podríamos no tener tanta suerte.
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