Durante décadas, la energía nuclear de fisión ha sido presentada como una solución moderna, estable y eficiente frente a los combustibles fósiles. Sin embargo, a medida que las sociedades avanzan hacia modelos energéticos más sostenibles, se hace evidente que esta forma de energía no solo arrastra problemas históricos sin resolver, sino que representa un freno a la verdadera transición ecológica. En este artículo abordo en profundidad las contradicciones, riesgos y limitaciones que hacen de la fisión nuclear una opción cada vez más difícil de justificar en el siglo XXI.
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Central nuclear y residuos tóxicos |
La energía nuclear de fisión. Una inversión pública millonaria para un modelo en decadencia.
1. Una dependencia insostenible del agua y del territorio
Las centrales nucleares requieren cantidades ingentes de agua para funcionar. Solo una central como Trillo necesita 15 hectómetros cúbicos al año, y los dos reactores de Almaraz consumen 40. Aunque el 98% se devuelve, lo hace a temperaturas más elevadas, alterando ecosistemas acuáticos incluso si se respetan los límites legales. En contextos de sequía o cambio climático, esta dependencia del agua no solo es ineficiente, sino irresponsable.
Además, las centrales ocupan superficies inmensas. Almaraz, por ejemplo, abarca 1.683 hectáreas entre zona técnica, de seguridad y natural. Mientras las renovables pueden instalarse en tejados, zonas degradadas o compartirse con usos agrícolas, la nuclear exige enormes extensiones dedicadas exclusivamente a ella. ¿Es lógico hipotecar tanto territorio por una fuente energética cara y peligrosa?
2. La nuclear no es rentable sin dinero público
Uno de los argumentos más difundidos por sus defensores es su supuesta eficiencia económica. Pero la realidad en España (y en la mayoría del mundo) es que la energía nuclear no es rentable sin un apoyo masivo del Estado. Las nucleares españolas solo sobreviven gracias a subvenciones encubiertas, exenciones fiscales parciales y una red de contratos protegidos. Según PwC, entre 2025 y 2035, más del 40% de los costes operativos serán impuestos y tasas específicas, especialmente para cubrir residuos que nadie quiere asumir.
Sin estas ayudas, el coste por MWh de la nuclear (54-62 €/MWh) es superior al de la solar (37 €/MWh) o la eólica terrestre (33 €/MWh), incluso si descontamos subvenciones a las renovables. La conclusión es clara: la nuclear es cara, y sus costes ocultos (residuos, desmantelamientos, accidentes potenciales) los pagamos todos durante décadas.
3. Un lastre ecológico con residuos eternos
Si bien es cierto que la nuclear emite menos CO₂ que el carbón o el gas, esto no la convierte automáticamente en “verde”. Según estudios de impacto ambiental, la nuclear genera unos 672 ecopuntos, muy por encima de la eólica (65) o la minihidráulica (5). Su impacto térmico, uso intensivo de agua y riesgos de contaminación radiactiva la hacen muy inferior ambientalmente a las energías limpias.
Pero el problema más grave sigue siendo el mismo desde hace más de 70 años: los residuos radiactivos. Los combustibles gastados permanecen activos durante cientos de miles de años. Nadie en el mundo ha encontrado una solución definitiva para su almacenamiento. La sociedad actual está condenando a generaciones futuras a vigilar y gestionar una herencia tóxica y peligrosa que no pidieron.
4. Accidentes catastróficos: una amenaza permanente
Chernóbil y Fukushima son los ejemplos más conocidos, pero no los únicos. En 1957, en la URSS y Reino Unido ocurrieron los graves incidentes de Mayak y Windscale. En EE.UU., Three Mile Island marcó un antes y un después en la percepción pública. Incluso en condiciones normales, cualquier fallo humano, terremoto o sabotaje puede convertir una central en un arma contra su propia población.
Estos accidentes demuestran que los riesgos nunca desaparecen. Y mientras las empresas operadoras privatizan beneficios, los riesgos y las consecuencias siempre los paga el Estado, es decir, la ciudadanía.
5. La minería del uranio: contaminante, innecesaria y prohibida
España, que tuvo cierta producción de uranio en los años 80, renunció a su explotación debido a la baja rentabilidad y su alto impacto ambiental. En 2021 se prohibió definitivamente cualquier actividad minera de uranio. Una decisión acertada que no solo evita daños ecológicos irreversibles, sino que confirma la incoherencia de seguir apostando por una energía que ni siquiera podemos abastecer sin depender del exterior.
El uranio, como el petróleo, es un recurso finito y geopolíticamente inestable. Frente a fuentes inagotables como el sol y el viento, seguir invirtiendo en un combustible radioactivo y limitado carece de sentido estratégico.
6. Francia: el espejismo del modelo estatal
El caso francés suele citarse como ejemplo de éxito nuclear, pero esconde una realidad insostenible. EDF, empresa estatal que opera las nucleares, fue renacionalizada en 2022 debido a sus deudas multimillonarias y la incapacidad del mercado para mantener el sistema. Su parque nuclear envejecido, plagado de fallos y paradas, requiere miles de millones en reparaciones.
La conclusión es clara: ni siquiera un Estado con control total puede evitar que el modelo nuclear colapse por sus propios fallos estructurales. Y si Francia, con décadas de experiencia y control público, no puede hacerlo rentable ni seguro, ¿por qué deberíamos seguir imitándolo?
7. El espejismo del capital privado: sin apoyo estatal, la nuclear no existe
En ningún lugar del mundo existe una central nuclear moderna construida y operada con capital 100% privado. Los costes y riesgos son tan altos que los inversores no los asumen sin respaldo público. Incluso en países como EE.UU., los reactores fueron financiados con subsidios, avales y marcos regulatorios favorables.
Este dato desmonta uno de los grandes mitos: la nuclear no es una solución del mercado, sino una industria subvencionada y altamente dependiente del Estado. Mientras tanto, las renovables han demostrado ser competitivas, escalables y autosuficientes en un mercado abierto.
8. Obstáculo para las renovables y la transición energética
La energía nuclear no solo no es una solución sostenible, sino que actúa como un obstáculo directo a la transición energética. Cada euro invertido en una central nuclear es un euro que no se destina a desarrollar infraestructuras solares, eólicas, de almacenamiento o redes inteligentes.
Además, su rigidez técnica impide una integración flexible con las nuevas demandas del sistema eléctrico. Mientras las renovables evolucionan con rapidez, la nuclear sigue anclada a una lógica centralizada, lenta, opaca y peligrosa.
9. El futuro está en la fusión nuclear… no en la fisión
Mientras la fisión muestra su agotamiento tecnológico, la fusión nuclear representa una promesa real de energía limpia, segura e inagotable. Proyectos como ITER en Francia o el nuevo acelerador de partículas en Granada nos acercan a una revolución energética sin residuos radiactivos peligrosos ni riesgo de accidentes nucleares masivos.
Aunque todavía en fase experimental, la fusión ha demostrado ser teóricamente mucho más eficiente y segura. Invertir en fisión en lugar de acelerar la investigación en fusión o renovables es como seguir construyendo líneas de telégrafo en la era del internet.
Es hora de abandonar la fisión
La energía nuclear de fisión es una tecnología del pasado que no puede formar parte de un futuro sostenible. Su coste económico, su impacto ambiental, los riesgos que conlleva y su dependencia de subsidios públicos la convierten en una opción irracional en un contexto de crisis climática, energética y social.
Mientras tanto, las energías renovables no solo se consolidan como la opción más limpia, sino también como la más económica y popular. La sociedad tiene la responsabilidad de mirar hacia adelante, no hacia una tecnología obsoleta que genera más problemas que soluciones.
Cerrar las centrales nucleares no es una cuestión ideológica: es una decisión ética, económica y ecológica.
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